PAREJAS EN CONFLICTO. NI CONTIGO NI SIN TI

Mtra. María Enriqueta Gómez Fonseca.

Las relaciones de pareja son un verdadero misterio” (Carlos Pérez Testor, 2014), ya que están involucrados factores emocionales sociales, culturales, económicos, tanto conscientes como inconscientes.

Desde el punto de vista biológico estamos “cableados” para la atracción sexual, para el enamoramiento y para la creación de vínculos de apego, sin lo cual no se preservaría ni la especie ni el individuo. Pero también estamos inmersos en un mundo cultural que programa y regula las relaciones de parejas y los matrimonios, de acuerdo con valores culturales, religiosos, económicos, para conservar estructuras de poder e ideologías dominantes.

La elección de pareja es un fenómeno también muy complejo: Existen claramente factores conscientes que determinan que una persona elija casarse con otra; sin embargo, la mayoría de los elementos que determinan la elección de pareja no son conscientes.

Un paciente le expresó a su terapeuta: “No sé qué estaría pensando cuando decidí casarme con ella. Fui un inconsciente, usted debe saber lo que quiero decir, es que el amor es una locura. A ver si me puede ayudar a comprender por qué lo hice … y que no me vuelva a pasar” (Llovet, 2016).

No podemos negar el importante papel que desempeña la estructura intrapsíquica de cada uno en la elección de pareja. Hace ya más de un siglo Freud construyó el modelo edípico donde planteaba que la elección de pareja estaba determinada por la búsqueda inconsciente del progenitor del sexo contrario (Freud, 1910). Más adelante otros psicoanalistas, con nuevos marcos teóricos, explicaron también la elección de pareja de acuerdo con la configuración interna de la mente de las personas (Slipp, 1993; Scharff & Scharff, 2015).

Parecería que una especie de “sabiduría inconsciente” guiara a una persona a elegir a una persona complementaria, que satisfaga sus necesidades y cumpla sus expectativas.

Henry Dicks (1967), pionero de la terapia de pareja, señaló la influencia que tienen los factores culturales y relacionales en esta elección de pareja, basados en los sentimientos de familiaridad.

Un grupo de investigadores sobre los procesos de cambio, parten del concepto de “conocimiento relacional implícito” para explicar la elección de pareja: los miembros de la pareja se escogen porque comparten formas de comunicarse, supuestos básicos y otros elementos inconscientes (BCPSG, 2010). Varios autores lo explican a partir de la necesidad básica de apego en el ser humano, o sea la preeminencia del instinto de protección, planteando que el ser humano no sólo busca el placer y la satisfacción de sus necesidades, sino que busca una relación protectora de apego (Bowlby,1978).

Un punto importante para considerar en la formación de la pareja es el enamoramiento, fenómeno equiparable a la “locura” por la intensidad emocional que lo caracteriza. Algunos autores han llegado a mencionar que en el enamoramiento “se nos va la inteligencia” (Eduardo Calixto, 2018, 2020). Freud (1921) comparó el enamoramiento con la psicología de las masas, por la intensa emocionalidad y anulación del razonamiento que se da en ambos. En el enamoramiento hay fusión con el otro y debilitamiento de los límites del yo. Se presenta la disociación como un mecanismo básico del psiquismo que separa los razonamientos de las emociones, lo consciente de lo inconsciente, predominando una imagen idealizada del otro.

Henry Dicks (1967) define el espacio de la pareja enamorada como un espacio idealizado hacia donde se dirigen los impulsos amorosos, mientras que los impulsos agresivos son dirigidos al exterior o excluidos de la consciencia. En este estado se crean representaciones emocionalmente opuestas de la misma persona. Estas representaciones disociadas pueden evolucionar, a través de frustraciones y decepciones, logrando integrar lo que anteriormente había quedado disociado. Siguiendo a Dicks, en un psiquismo normalmente desarrollado se integrarían los sentimientos agresivos bajo la dominancia de los amorosos en forma de aceptación del otro, lo que llevaría a un amor maduro. Sin embargo, si la mente no puede contener el impulso agresivo, éste se vuelve destructivo con respecto a la pareja. Así, lo que era percibido como bueno ahora es percibido como malo. Dicks concluye que el odio es pues “la otra cara del amor” (Dicks, 1967).

Éste es el primer conflicto con el que se encuentran las parejas: la desilusión que se lleva a cabo cuando pasa el enamoramiento. Después vendrán otros retos: ajustar las personalidades, revisar expectativas, asumir limitaciones y tolerar frustraciones.

Renunciar a la idealización es solo el principio. La pareja, al igual que un sistema vivo complejo, se caracteriza por un equilibrio inestable sometido a fuerzas internas y externas. A partir de su formación, la pareja experimenta muchos cambios debidos a la evolución personal de sus miembros y a las circunstancias cambiantes propias de las etapas de la vida (Llovet, 2016).

Señalaremos algunas de estas fuentes de conflicto. El primero de ellos es la convivencia. Es difícil convivir con otra persona que tiene diferentes hábitos y costumbres. Pero también es difícil aprender a estar solo y saber disfrutar el estar a solas consigo mismo. Esta dicotomía entre estar acompañado o estar solo plantea conflictos a nivel de pareja que necesitan ser abordados y resueltos. Otra fuente de conflictos radica en los mitos que existen sobre el amor romántico… “y fueron felices para siempre” … Las personas toman como marcos de referencia estos mitos, desean un ajuste perfecto basado en ideales inalcanzables, no reconocen que las frustraciones son inevitables y que, además, son importantes tanto para el crecimiento personal como el de la pareja. Otro ajuste por realizar por la pareja es enfrentarse a la disminución de la actividad sexual en la pareja con el paso de los años, lo que pone a prueba la creatividad de la pareja. En caso de que la pareja decida tener hijos, las diferencias entre dos estilos de crianza, producto de su educación familiar, incrementa las tensiones entre ambos. Por ejemplo, al ejercer la parentalidad cada uno desea ser mejor padre o madre de lo que fueron con ellos sus respectivos padres y, si se agrega la perspectiva de género imperante, pueden surgir luchas de poder constantes en la pareja.

Otros conflictos frecuentes surgen a raíz de la triangulación con los hijos. Ante los conflictos de pareja, algunos hijos actúan como intermediarios, chivos expiatorios, aliados u opositores, convirtiéndose muchas veces en “pacientes identificados”, que podrían salir beneficiados si asistiesen a una terapia familiar.

Por otra parte, la pareja deja de ser un grupo primario, unido por motivos emocionales, para convertirse en un grupo operativo, centrado en funciones y tareas que hay que realizar. Esto produce tensiones y conflictos que hay que resolver.

Finalmente, no se puede ignorar el momento histórico que está viviendo la pareja. Zygmunt Bauman (2000), basado en su acertado concepto de “modernidad líquida”, describe cómo la “liquidez” incide sobre la identidad de los individuos, manteniéndolos en un estado de incertidumbre y de búsqueda de puntos de referencia. Bauman agrega que los contenedores culturales se han debilitado y que el déficit de identidad debe de ser compensado por una mayor conexión emocional entre las personas. En las relaciones de pareja, se observa que las parejas demandan una conexión emocional que no tienen y que no logran obtener de su pareja, al mismo tiempo que no pueden brindarla.

En este estado de desconexión emocional llegan frecuentemente las parejas a terapia. Para poderlos ayudar necesitamos entender qué es lo que pasa en la interacción de la pareja: ¿cuál es el tipo de vínculo que los une y qué es lo que los separa? ¿En dónde quedan atrapados? ¿Qué es lo que los hace sufrir?

No todas las parejas llegan a terapia en la misma situación ni todas las parejas tienen el mismo nivel de desarrollo emocional.

Existen diferentes maneras de clasificar a las parejas. Voy a utilizar en esta presentación la clasificación propuesta por Lederer y Jackson (1968) basada en los criterios de estabilidad y satisfacción. Las parejas se pueden clasificar en: satisfactorias-estables; satisfactorias-inestables; insatisfactorias-estables y por último parejas insatisfactorias- inestables.

Las parejas satisfactorias comparten ciertas características: reconocen las limitaciones de su pareja, comparten un sistema de valores y un proyecto en común. En situaciones de crisis, pueden pasar de la inestabilidad a la estabilidad, pues cuentan con recursos para resolver las crisis, llegando a acuerdos y a soluciones adecuadas. Estas parejas han alcanzado un grado de “diferenciación del self” (Murray Bowen, 1998) que les permite asumirse como personas diferentes y, a pesar de las frustraciones y las dificultades, la aceptación y el cariño que se tienen les permiten mantener el vínculo de manera satisfactoria.

Por el contrario, lo que se observa en las parejas insatisfactorias es la poca o nula tolerancia a la frustración, el predominio de sentimientos de malestar, las acusaciones y los pleitos como estilo de relación, las proyecciones constantes ya que son incapaces de asumirse como sujetos de acción, cognición y experiencia. Sin embargo, muchas parejas insatisfactorias son estables, ya que sus patrones interaccionales son rígidos y su pacto inconsciente no les permite separarse. Como diría la cantautora argentina: “porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy” (María Elena Walsh, 1968). Estas parejas difícilmente acuden a terapia de pareja de manera voluntaria. En caso de ser obligados a asistir, por terceras instancias (la familia de origen, las escuelas, los servicios sociales, los juzgados, etc.) devalúan los servicios terapéuticos y desertan en poco tiempo.

Existen también parejas insatisfactorias inestables: estas parejas llegan a terapia con pleitos y acusaciones constantes (inclusive con violencia física y verbal) buscando a un tercero que funja como juez y determine quién tiene la razón: amenazan constantemente con la ruptura y la separación, pero, de hecho, no pueden separarse. La expresión “ni contigo ni sin ti” refleja muy bien la dinámica interna de estas parejas. Aunque explícitamente demuestran que no toleran a la otra persona y el maltrato es evidente, la separación es imposible.

Al presenciar la dinámica interaccional de una pareja insatisfactoria inestable surge la pregunta inevitable: ¿por qué siguen juntos? ¿por qué no se divorcian? A veces la insatisfacción y el maltrato pueden llegar a un determinado punto que uno de los dos, impulsivamente, toma la decisión de separarse. Sin embargo, la dinámica no cambia. Continúa a través de pleitos legales por la custodia de los hijos, por el dinero, por las propiedades, etc., y pueden seguir unidos hasta que la muerte los separe.

Resulta difícil para el terapeuta de parejas el manejo de este tipo de parejas. Es complicado entender la dinámica subyacente y el pacto simbiótico de supervivencia entre ambos que no les permite ni una convivencia ni una separación satisfactoria: NI CONTIGO NI SIN TI.

Para descifrar estos pactos simbióticos pueden utilizarse diferentes marcos teóricos. En esta presentación me voy a referir específicamente a las parejas insatisfactorias-inestables, recurriendo como marco de referencia a la teoría del apego planteada inicialmente por John Bowlby (Holmes, 2008).

Bowlby, psicoanalista, planteó que los impulsos no se orientaban directamente hacia la satisfacción de las necesidades y a la búsqueda del placer, tal como lo había planteado Freud, sino hacia la búsqueda de un objeto o de una relación protectora de apego. Interesado en la biología y la etología corroboró las observaciones de Konrad Lorenz y colaboradores sobre el “imprinting”, fenómeno que demuestra que en los primeros momentos de la vida se adquiere el reconocimiento de una figura de apego (comprobado con experimentos en animales, patos, chimpancés, etc.)

Impronta es un término usado en psicología y etología que describe cualquier tipo de aprendizaje ocurrido en cierta fase crítica (una edad o una etapa de vida particular. Fue usado originalmente para describir situaciones en las cuales un animal o persona aprende las características de algún estímulo, el cual se “impronta” en el sujeto. La impronta hipotéticamente tiene un período crítico. Por ejemplo, un patito aprenderá a seguir a la primera entidad que le sea expuesta por un periodo prolongado, independiente de si es o no su madre, o si ni siquiera se trata de un pato (Konrad Lorenz, 1949, Premio Nobel de Medicina 1973).

Esta relación con la figura de apego tiene un VALOR DE SUPERVIVENCIA. Es tan importante que podría explicar que, a pesar de que las relaciones no sean satisfactorias, el vínculo se mantenga, ya que tiene fuerza por sí mismo.

A partir de investigaciones en el campo de las neurociencias (Kandel, 2007) sabemos que las experiencias con intensidad emocional provocan la configuración de redes neuronales que tienden a excitarse juntas, de forma que un solo estímulo activa todo el conjunto, produciendo conductas complejas que incluyen recuerdos de estados emocionales (Primera Ley de Hebb, Hebb, 1949). Esta red puede ser activada nuevamente con un evento emocional intenso. La compulsión a la repetición se explicaría por la activación de los circuitos ya existentes. Sin embargo, la Segunda Ley de Hebb explica que nuevas experiencias pueden crear nuevos circuitos o modificar los existentes mientras que los que no se activan tienden a extinguirse (Neuroplasticidad, Kandel, 2007)). Las redes neuronales pueden actualizarse produciendo nuevas adaptaciones, pero para esto es necesaria la activación, la cual depende de la intensidad emocional de las nuevas experiencias.

El bebé, al interactuar con su cuidador primario, establece patrones relacionales de apego que son fundamentales en la vida ulterior de la persona tanto para su desarrollo emocional como para la formación de su identidad. Los patrones de apego tienen una gran influencia en los sentimientos y en las nociones del sí mismo, del self . No se limitan a organizar una sola relación específica, sino que tienden organizar todas las relaciones y a crear sentimientos y convicciones, no solo sobre sí mismos, sino sobre el mundo en general.

Algunos autores han clasificado estos patrones de apego en cuatro grupos : un patrón de apego seguro y tres patrones de apego inseguro: el evitativo, el ansioso ambivalente (o preocupado) y el patrón desorganizado.

En el patrón de apego seguro las madres son un núcleo de seguridad interna (llamado núcleo de esperanza o núcleo de resiliencia por otros autores). En las parejas que predomina este apego seguro, la confianza en el vínculo permite afrontar las separaciones momentáneas, los conflictos son resueltos ya que ambos pueden expresar sus sentimientos, escuchar al otro y lograr acuerdos equitativos.

En el patrón evitativo los niños, al resentir la ausencia de la madre, la ignoran. Madre e hijo se sienten impotentes y evitan el contacto emocional. Esta evitación se observa también en las parejas que han experimentado pérdidas o separaciones de sus cuidadores: anticipan el abandono, lo que les provoca ansiedad, niegan la implicación emocional y atribuyen el malestar experimentado a causas externas.

En el patrón ansioso ambivalente, o preocupado, la interacción es intensa, hay muchas explicaciones (pero con escaso contacto emocional), viven con mucho miedo a perder la relación y existe una gran dificultad para regular la distancia entre ellos. El patrón evitativo y el patrón ansioso, preocupado, se pueden combinar en la pareja y es el miembro de la pareja con patrón preocupado el que pide la ayuda en terapia de pareja.

Por último, tenemos el patrón desorganizado. Se trata de niños temerosos de sus progenitores, cuyos padres a su vez tuvieron grandes carencias: padres muy inestables, abusadores, agresivos, frecuentemente con trastornos de personalidad o patología psiquiátrica. Se llama apego desorganizado porque en algún momento los padres fueron protectores y en otros momentos fueron agresores, provocando que las tendencias amorosas y agresivas estuvieran escasamente diferenciadas. En este patrón el abuso o el maltrato puede ser interpretado curiosamente como una muestra de afecto: “Pégame, mátame, pero no me ignores” (Darío Fo, 1926-2016, Premio Nobel de Literatura, 1997).

¿Qué pasa cuando se enamoran dos personas que desarrollaron un patrón relacional de apego desorganizado con su cuidador primario? ¿Qué pasa cuando se combinan estos patrones? Ambos se idealizan y se fusionan con el otro, esperando que ese “otro” funcione como la base segura anhelada desde su infancia. Pero eso no sucede pues ambos son incapaces de brindar una base segura para el otro, no porque no quieran, sino porque no pueden.

Son parejas “insatisfactorias-inestables” que se gratifican y se frustran constantemente, sin que haya un motivo racional para ello. La relación está siempre teñida de ambivalencia y de maltrato sin que ellos lo tengan consciente. Cuando acuden a terapia ninguna explicación racional consciente por parte del terapeuta es suficiente. La clave no está en el terreno de la lógica ordinaria. Aunque la relación les cause gran sufrimiento la solución inmediata no es la ruptura, la separación o el divorcio, aunque cualquier observador de este tipo de interacción piense que eso es lo que más conviene a la pareja.

Y este es el gran riesgo que existe para el terapeuta de pareja si no logra entender lo que mencionó Bowlby desde hace muchos años, que “el instinto de apego es superior a cualquier otro”, que se trata de una cuestión de supervivencia emocional, cuya base se encuentra en la activación de circuitos neuronales configurados en los primeros años de vida. Esta puede ser una razón por la cual las personas mantienen relaciones destructivas que provocan tanto sufrimiento: Efectivamente, “porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy”, porque no puedo vivir “ni contigo ni sin ti”.

¿Qué podemos hacer los terapeutas en estas circunstancias?

Se me ocurre lo siguiente: si la ausencia de una base segura y de una figura de apego se encuentra en la raíz de estos problemas, el espacio terapéutico podría representar, para estas personas, este “lugar seguro” donde un tercero puede
ser simbólicamente esa figura que reconoce y valida a ambas personas. Puede

auxiliar a la pareja a realizar lo que no pueden hacer ellos solos: a mentalizar, entendiendo como mentalización el proceso mediante el cual entendemos a los
otros y a nosotros mismos en términos de estados subjetivos (deseos, pensamientos, sentimientos) en un contexto de apego seguro.

El objetivo de la terapia de pareja no sería decidir la separación o ruptura de la pareja, aunque ésta sea la demanda explícita de la pareja. Tampoco consistiría, a mi modo de ver, en enviarlos inmediatamente a terapias individuales para que logren esa separación, lo cual les confirmaría que el terapeuta también es una figura que abandona y desprotege. El reto para el terapeuta es no caer las triangulaciones a las que nos invita constantemente este tipo de parejas.

La terapia familiar y de pareja, nos brinda una visión sistémica, amplia, con un gran abanico de opciones para desbloquear patrones de solución no viables, para permitir la construcción de nuevos circuitos neuronales. Estas opciones pueden ser aplicadas con éxito, en todas las terapias de pareja, aún en el caso de las parejas insatisfactorias-inestables que hemos mencionado en esta presentación.

Los seres humanos, como sistemas vivos complejos tenemos una gran capacidad adaptativa, corroborada por el descubrimiento de la plasticidad neuronal. Esto nos lleva a relativizar la predeterminación: la frase conocida para muchos de nosotros de “infancia es destino” puede ya no ser una profecía autocumplida. Las experiencias emocionales nuevas pueden provocar o gatillar nuevas excitaciones que creen nuevos circuitos y que reconfiguren los circuitos existentes.

La “experiencia emocional correctiva” descrita por Franz Alexander (1946) si es posible y es una de las piedras angulares de todos los procesos terapéuticos. Los cambios mínimos pueden gatillar más cambios en los sistemas. El instrumento más importante de la terapia es la persona del terapeuta. No es solo el estudio y aplicación de técnicas, la formación del terapeuta incluye el desarrollo de las diferentes áreas de la vida personal del terapeuta: su congruencia y su consistencia interna es detectada implícitamente por el consultante. Ese es su fuerza. Y eso se va logrando con años de estudio y de trabajo personal. A mi modo de ver, si nos convertimos en mejores personas a lo largo de nuestra vida profesional nuestros consultantes nos lo agradecerán.

Mtra. María Enriqueta Gómez Fonseca.

Trabajo presentado en el 10 CONGRESO INTERNACIONAL
EN TERAPIA BREVE Y FAMILIAR realizado en San Andrés Cholula, Puebla, 3 al 5 de noviembre de 2023

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